miércoles, 30 de octubre de 2013

La Dimensión Perdida - El Pequeño Trianon

David Sentinella en la Dimensión Perdida del octavo programa nos habla sobre los viajes en el tiempo, El Pequeño Trianon.


La historia comienza en la tarde del 10 de agosto de 1901. Dos solteronas inglesas, Charlotte Anne Moberly y Eleanor Jourdain, quienes se encontraban viajando por Francia, visitaron el palacio de Versalles. (Posteriormente, cuando escribieron sus experiencias usaron los seudónimos Elizabeth Morison y Francis Lamont). Ambas eran maestras, educadas y de gran cultura, pero ninguna había tenido interés especial en la historia de Francia en general, o Versalles en particular. Ni tampoco tenían conocimiento o interés previo en materia psíquica o los fantasmas. Eran simples turistas.

Las dos mujeres estaban caminando hacia el Pequeño Trianón, un palacio de menor tamaño en terrenos del palacio principal. El Pequeño Trianón era el lugar favorito de la desafortunada Reina María Antonieta. En ese lugar gustaba de divertirse en un ambiente semirrural. Al llegar al lugar vieron una pequeña reja y decidieron entrar. En ese momento inició la aventura. En cierto momento, y sin razón alguna comenzaron a sentirse deprimidas; los árboles circundantes se hicieron planos e inanimados “como los de un tapiz”. De pronto, ambas mujeres se remontaron al siglo XVIII. Sin De Lorean, sin máquina del tiempo, ni nada. En un principio no identificaron la naturaleza extraordinaria de aquel evento, y todo les pareció normal. “A nuestra derecha vimos unas construcciones de granja que parecían abandonadas; los implementos estaban tirados; miramos dentro, pero no vimos a nadie. La sensación era de tristeza; pero no fue hasta que llegamos a la cima del terreno inclinado donde había un jardín, que comenzamos a sentir como si estuviéramos perdidas y algo estuviera mal”.

Las dos mujeres sintieron la atmósfera cada vez más opresiva. Los edificios y jardines parecían de alguna forma irreales, como si fueran parte del decorado de un escenario. Al extremo de una senda flanqueada por alquerías, se acercaron a dos hombres de librea verde (especie de abrigo largo) y sombrero de tres picos. Ellas les preguntaron el camino para salir de ahí y recibieron como respuesta que siguieran de largo por el sendero. Como había cerca del lugar una carretilla y una pala, las mujeres pensaron que eran jardineros. Uno de los hombres era joven y el otro viejo. Por el camino, vieron una choza; en la entrada estaban una mujer y una jovencita con vestidos extraños y pasados de moda.

Pasaron por un bosquecito en el que se hallaba un pequeño edificio circular semejante a un estrado de orquesta al que llamaron quiosco. Detrás de éste vieron sentado a un hombre moreno con cicatrices de viruela en el rostro y que portaba un sombrero de ala ancha y un manto grueso oscuro. Las dos comentaron que su expresión facial era vaga y, al mismo tiempo, de extrema “malignidad”. Ambas sintieron miedo de pasar junto a él. Una recuerda: “la misteriosa sensación inicial culminó en una clara impresión de algo sobrenatural”.

Se escuchó entonces el rumor de unos pies que corrían, aunque nadie andaba por allí. De repente, un joven bien parecido, con sombrero de ala ancha y zapatos de hebilla, surgió de la nada y se ofreció a mostrarles la salida hacia el frente de la casa. Por lo rojo de su cara, parecía haber hecho un trabajo arduo. Antes de que pudieran darle las gracias, éste desapareció. Posteriormente vieron a una mujer parada junto a una puerta y que llevaba un vestido de pañoletas blancas hasta los tobillos. Cruzaron después un puente rústico sobre una pequeña hondonada donde caían hilos de una cascada, y penetraron en un jardín dominado por una casa campestre. Una de las mujeres insistió en que vio a una mujer, con un vestido de amplio escote, dibujando sentada en el jardín. La otra mujer declaró no haber visto a nadie.

Una escalinata las llevó a una terraza. Un joven que salía de un edificio contiguo azotó la puerta al cerrarla y les indicó que regresaran al Pequeño Trianón. Cuando llegaron ahí, ambas mujeres sintieron que habían regresado al siglo XX.

Eleanor Jourdain
Perplejas como estaban, no tenían prisa por contar lo sucedido. Por extraño que parezca, ellas mismas no se confiaron la desconcertante aventura hasta transcurrida una semana. En la sospecha de que el Pequeño Trianón estuviera embrujado, escribieron por separado sus relatos de aquel paseo, que luego mostraron discretamente a sus amigos más íntimos. Las descripciones fueron bastante similares por lo que decidieron investigar más acerca de Versalles. Durante los dos años siguientes, pasaron muchas horas buscando datos acerca del palacio francés. Llegaron a la conclusión de que habían viajado al pasado a un período poco antes de que la Revolución Francesa derrocara al rey Luis XVI y la Reina María Antonieta. Pensaban que con viejos mapas y descripciones podrían reconstruir con exactitud el lugar donde habían estado ese día. Creyeron penetrar en “un acto de la memoria de la reina en vida”.

Las dos mujeres tenían la certeza de poder identificar a las personas que pertenecieron a aquella época y lugar. El hombre de las viruelas, ¿No sería el sospechoso conde de Vaudreuil, el amigo criollo de la Reina, que a menudo se encontraba de visita en el palacio? Y el joven bien parecido, ¿no sería el cortesano que, jadeante, llevó a la soberana la noticia de que la multitud se acercaba desde Paris? Y aquella dama que dibujaba, ¿no sería la misma María Antonieta? Según la única de las mujeres que la vio, comentó que guardaba un enorme parecido con un retrato de ella. Con los datos obtenidos, las dos mujeres llegaron incluso a fijar la fecha a la que arribaron: 5 de agosto de 1789.

El 4 de julio de 1904, las dos visitaron Versalles de nuevo queriendo repetir la aventura. Sin embargo, nada era igual. Comprobaron que las veredas que recorrieran aquel día no existían ya. De algunas construcciones y aparentemente habitadas (como la choza donde vieron a la mujer y la muchacha) no quedaban ni rastros. No había jardineros, ni quiosco, ni puente rústico, no hondonada, ni caída de agua. Donde una había visto a la mujer dibujando, se encontraba un feo matorral y un paseo de grava. En la casa campestre no consiguieron reconocer la escalinata por la que habían subido a la terraza; y la puerta que el joven azotó estaba atrancada, cubierta de herrumbre y telarañas.

Información extraída de aquí.


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